martes, 1 de marzo de 2011

Un sueño llamado Everest

"Hemos liquidado a la cabrona". Y la "cabrona", no es otra que la montaña más alta del mundo, el Everest. Estas fueron las primeras palabras que Edmund Hillary le dijo a su compatriota y compañero de escaladas, George Lowe, tras haber conquistado la cima del mundo.  El alpinista neozelandés, apicultor profesional, piloto en la 2ª Guerra Mundial e incluso cazador de cocodrilos, llegó a la cúspide el 29 de mayo de 1953, con 34 años, junto al sherpa Tenzing Norgay. 

El sueño de Hillary comenzó a forjarse cuando a los 16 años viajó por primera vez, junto a sus compañeros de colegio. El destino fue el monte Ruapheu, en el centro de la Isla Norte de Nueva Zelanda. El pequeño Edmund no había visto jamás la nieve y dedicó su tiempo a esquiar y trepar por las laderas de la montaña. Desde entonces, la montaña se convirtió en su gran compañera.

Su aventura en el Himalaya, empezó en 1951, en una expedición que se financió él mismo y en la que participaron tres escaladores más de su país. Durante esta ascensión, consiguieron hacerse con seis cimas vírgenes de más de seis mil metros. Mientras, en Inglaterra se estaba gestando un proyecto de gran envergadura al que Edmund Hillary fue invitado a participar.

En una experiencia como esa las personas que tienes a tu lado se convierten en amigos, y en ocasiones, en casi hermanos. Esto fue lo que les ocurrió a Hillary y a Tenzing Norgay. “Una gran ayuda en la escalada” como reconoció el neozelandés, quien se sentía muy contento porque un sherpa hubiese sido uno de los primeros en llegar a la cumbre. Norgay era un nepalés de 39 años, que contaba con la experiencia de haber participado en cinco expediciones anteriores en el Everest. 

Pero un hombre que es capaz de orinar en la cima del mundo no iba a quedarse en casa tras la conquista del Everest. En numerosas ocasiones volvió al Himalaya. No obstante, su obsesión no acababa en las montañas. En 1968, exploró los ríos del este del Nepal. Y diez años después, remontó el Ganges desde el océano hasta su nacimiento en el Himalaya. En 1958 se unió a la Expedición Trans-Antártica de la Commowealth que alcanzó el Polo Sur. Y para no desequilibrar la balanza, en 1985, se marchó al Polo Norte con otro aventurero, Neil Amstrong, pero esta vez en aeroplano.


Y aunque sus destinos aventureros saltaban de país en país, nunca abandonó esa tierra que tanto tiempo le había honrado. Durante el resto de su vida dedicó su tiempo y su dinero a ayudar al pueblo sherpa. Desde 1961, Hillary volvió años tras año al Himalaya, donde aportó su granito de arena para la creación de 25 escuelas, 12 clínicas y 2 hospitales. Además, de numerosas conducciones de agua, construcción de puentes, altipuertos y arreglos de caminos. 

Una vida dedicada en cuerpo y alma a las montañas. Y que se apagó en Nueva Zelanda en 2008, de un ataque al corazón, cuando Hillary había cumplido ya los 88 años de edad. Su deseo en vida fue volver al sitio que tantas alegrías le había proporcionado. Por ello, sus cenizas descansan ahora en lo alto del Everest.

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